En la Segunda Guerra Mundial, un soldado fue
enviado al frente en pleno invierno. Sus condiciones eran penosas: apenas tenía
acceso a alimento o a una ropa adecuada mientras balas y obuses se rifaban su
vida cada día, tarde y noche.
Sin embargo, él aguantaba jornada tras jornada el
envite gracias a los recuerdos de su novia, que lo esperaba en su país, y cuya
foto llevaban en un bolsillo del uniforme. Cada noche, si podía, el soldado
miraba esa foto, cubierta ya de mugre y barro, y soñaba con el día en que
regresaría de vuelta a sus brazos. Esa mujer era la razón que lo mantenía vivo.
Una mañana, llegó el correo con una breve carta de
su novia. En ella, sin circunloquios, le decía que lo dejaba, que había hallado
el amor en los brazos de otro hombre y que, por favor, le devolviera la foto
que le dio antes de partir al frente.
El soldado, herido en el alma, hizo lo que
cualquier persona con resolución y dignidad hubiese hecho: habló con los
compañeros de su unidad a quienes también habían abandonado sus novias y les
pidió que le dieran todas las fotos que ya no quería guardar de aquellas
mujeres.
Consiguió recopilar quince o veinte fotos, las
metió en un sobre y en un trozo de papel escribió rápidamente: “Ahora no recuerdo
quién eres. Por favor quédate con la foto en la que aparezcas tú y devuélveme
las demás”.
SOLO HAY VERDUGO SI HAY VÍCTIMA.
SOLO ES VÍCTIMA QUIEN CREE QUE LO ES.
No hay comentarios:
Publicar un comentario