Por Nathaniel Branden
Fijar nuestros propios objetivos y poner todo nuestro empeño en realizarlos nos aporta equilibrio y fuerza interior.
Vivir sin propósito es vivir a merced del azar –del acontecimiento fortuito, de la llamada telefónica o el encuentro casual– porque no tenemos una norma que nos permita juzgar qué vale la pena hacer y qué no. Las fuerzas exteriores nos impulsan, como un corcho que flota en el agua, sin que nuestra iniciativa fije un curso específico. Vamos a la deriva. En cambio, vivir con propósito es utilizar nuestras facultades para lograr las metas que hemos elegido: estudiar, crear una familia, empezar un negocio, mantener una relación romántica feliz. Son nuestras metas las que nos impulsan, las que vigorizan nuestra vida.
De todos los modos, los propósitos que nos animan tienen que ser específicos. Yo no puedo organizar mi conducta de manera óptima si mi objetivo es únicamente “hacer lo que pueda”. Mis metas tienen que ser concretas: salir a correr treinta minutos cuatro veces por semana; completar una tarea (bien definida) en diez días; comunicar a mi equipo en nuestra próxima reunión exactamente lo que exige el proyecto… Con este grado de concreción puedo controlar las intenciones con los resultados, modificar mi estrategia y ser responsable de lo que consigo.
Vivir con un propósito es interesarse por estas preguntas: ¿Qué estoy intentando conseguir? ¿Cómo estoy haciéndolo? ¿Por qué pienso que estos medios son adecuados? ¿Tengo que hacer algún ajuste en mi conducta? ¿Tengo que reelaborar mis objetivos?
Así pues, vivir con propósitos significa vivir con un alto nivel de consciencia. A la mayoría de las personas les resulta más sencillo comprender estas ideas aplicadas al mundo laboral que a las relaciones personales. En las relaciones íntimas es fácil imaginar que con el amor basta, que la felicidad llegará algún día, y si no llega, es porque no encajamos. Las personas rara vez se preguntan: “Si mi meta es tener una relación con éxito, ¿qué debo hacer? ¿Qué acciones son precisas para crear y mantener la confianza, la intimidad, la excitación, el crecimiento?”. Los propósitos que no se relacionan con un plan de acción no se realizan. Solo existen como anhelos frustrados.
Vivir con propósito exige cultivar en nosotros mismos la capacidad de autodisciplina, o lo que es lo mismo, organizar nuestra conducta en el tiempo al servicio de tareas concretas. La autodisciplina consiste en ser capaz de posponer la gratificación inmediata al servicio de una meta lejana. Es la capacidad de proyectar al futuro las consecuencias de pensar, planificar y actuar a largo plazo.
Pero una vida con propósito no significa no dedicar tiempo o espacio a descansar, relajarse, aprovechar el ocio y tener actividades superficiales o incluso frívolas. Simplemente significa que estas actividades se eligen conscientemente. Y en cualquier caso, el abandono temporal de todo propósito también tienen el suyo, tanto si se busca conscientemente como si no: la regeneración.
Vivir con propósito supone aceptar cuatro cuestiones:
Pero una vida con propósito no significa no dedicar tiempo o espacio a descansar, relajarse, aprovechar el ocio y tener actividades superficiales o incluso frívolas. Simplemente significa que estas actividades se eligen conscientemente. Y en cualquier caso, el abandono temporal de todo propósito también tienen el suyo, tanto si se busca conscientemente como si no: la regeneración.
Vivir con propósito supone aceptar cuatro cuestiones:
• Asumir la responsabilidad de la formulación de nuestras metas y propósitos de manera consciente. Para tener el control de nuestra propia vida, tenemos que saber lo que queremos y adónde queremos llegar. ¿Qué quiero para mí en cinco o diez años? ¿En qué quiero que consista mi vida?
• Interesarse por identificar las acciones necesarias para conseguir nuestras metas. Si nuestros propósitos son propósitos y no ensoñaciones, tenemos que preguntarnos: ¿Cómo voy a llegar desde aquí?
• Controlar la conducta para verificar que concuerda con nuestras metas.Podemos tener propósitos definidos claramente y un plan de acción razonable, pero nos salimos del camino a causa de distracciones, problemas inesperados, por la presión de otros valores o por una reordenación inconsciente de nuestras prioridades.
• Prestar atención al resultado de nuestros actos para averiguar si conducen adonde queremos llegar. Nuestras metas pueden estar claras y nuestros actos ser congruentes, pero nuestros cálculos sobre los pasos que tenemos que dar pueden resultar incorrectos. Quizá no tuvimos en cuenta algunos hechos. Quizás algún elemento ha cambiado el contexto.
Que la práctica de vivir con propósito sea esencial para la autoestima no debe entenderse como que la medida de la valía de una persona son sus logros externos. Admiramos los logros –los nuestros y los de los demás–, y es natural y adecuado que lo hagamos. Pero esto no quiere decir que la autoestima dependa de ellos. La raíz de nuestra autoestima no está en nuestros logros sino en aquellas prácticas generadas desde el interior que, entre otras cosas, nos permiten alcanzarlos.
Vivir con propósito es una orientación fundamental aplicable a todas las facetas de la vida. Significa que vivimos y obramos de acuerdo con nuestras verdaderas intenciones, una característica distintiva de las personas que tienen un alto nivel de control sobre su vida. La práctica de vivir con propósito es el quinto pilar de la autoestima.
Texto extraído y adaptado de Los seis pilares de la autoestima.
FUENTE: Revista Mente sana
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